Cataluña: pueblos con encanto

La belleza de Cataluña se mide, entre otras cosas, por sus innumerables pueblos con encanto. Medievales, costeros o en plena montaña, son pueblos pequeños en extensión y habitantes, pero grandes en patrimonio cultural, natural e histórico. Desde los Pirineos hasta el litoral mediterráneo, pasando por el interior de la región, seleccionar entre tanta variedad es un verdadero dilema. La única premisa del siguiente ranking: que estén presentes las cuatro provincias. Cataluña: pueblos con encanto.

Pueblos con encanto en Barcelona

Empezamos la lista por la provincia más poblada de Cataluña, Barcelona. En concreto, en Bagà. Esta villa pertenece a la comarca del Berguedà, a los pies del río Bastareny, en pleno Parque Natural Cadí-Moixeró. Alrededor del municipio se abren multitud de posibilidades para disfrutar de la naturaleza. Una manera sencilla de conocer este entorno es recorrer el Camí de la Serra, una cómoda ruta que termina en un mirador con vistas al pueblo y a todo el valle.

En su centro urbano, el turista puede contemplar algunos monumentos como la iglesia de Sant Esteve de Bagà, el puente románico o al palacio de los Pinós. Se trata de una de las poblaciones más antiguas de Cataluña, o por lo menos de las que hay constancia: del año 839 data el primer documento del pueblo. No fue hasta el siglo XIII cuando se amuralló y se creó un casco antiguo medieval conservado hasta la actualidad.

Otro pueblo con encanto de la provincia de Barcelona es Mura. Pasando antes por Tarrasa, y a una hora en coche de la ciudad Barcelona, el viajero llega al Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, donde se sitúa esta pequeña y encantadora villa con casas de piedra del siglo X. Desarrollado a partir de la iglesia románica de San Martín, un paseo por sus calles empedradas es la mejor manera de conocer la historia local.

Qué pueblos visitar en Tarragona

El repaso de los pueblos con encanto de Cataluña continúa por Tarragona. En concreto, por Siurana, un pequeño pueblo donde se encuentra uno de los miradores naturales más bonitos de la península. Se trata de un impresionante peñasco de piedra caliza sobre el que se asienta la aldea. Un puñado de casas de piedra, unidas por tres calles adoquinadas, se asoma desde lo alto a los bosques, precipicios y embalse que rodean Siurana. De inmediato, el viajero será absorbido por la quietud y el silencio más absolutos.

Sin salirse de la provincia más meridional de Cataluña, el ranking incluye al pueblo de Miravet. Este localidad de la comarca de la Ribera del Ebro se sitúa sobre un meandro del río, destacando por la belleza natural de su entorno. Además de los paisajes, Miravet guarda un idilio con la historia, ya que ha sido epicentro de batallas en las Guerras Carlistas o en la Guerra Civil. A pesar de ello, ha sabido mantener su aire medieval y conservar su patrimonio. Su castillo, que data del siglo XI, es el mejor ejemplo.

Lleida y el Pirineo Catalán

La lista continúa por una de las zonas menos transitadas de Cataluña: Terres de Lleida. Se trata de un área del interior catalán que se ha mantenido alejada de los circuitos de turismo comercial. Sus paisajes le valen el calificativo de «museo al aire libre». Y entre los pueblos que el turista puede recorrer destaca Guimerà. Aunque la competencia es grande, bien puede tratarse del pueblo medieval más bonito de Cataluña.

A los pies de los Pirineos, hay muchos pueblos con encanto. La localidad leridana de Taüll resume las bonanzas de la zona. Íntimamente conectado con la montaña que lo rodea, en la Vall de Boí se levanta este pequeño pueblo de 300 habitantes que combina lo mejor de la naturaleza y la arquitectura en escasos metros cuadrados.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, Taüll y la Vall de Boí albergan un conjunto de iglesias románicas entre las que destaca la de Sant Climent con su torre de seis plantas desde donde se puede contemplar todo el entorno natural.

Girona: los pueblos de postal de Cataluña

Dicen los lugareños que todo es bonito en Girona, que es imposible desestimar pueblos y localizaciones en su tierra porque todo vale la pena. Sin entrar en polémicas, Besalú tiene que aparecer entre los pueblos con encanto de Cataluña. Se trata de una preciosa villa medieval que aparece por méritos propios en cualquier ranking de este tipo. La imagen del puente fortificado con sus arcos desiguales y la torre defensiva a orillas del río Fluvià es de las que dejan huella en la retina del privilegiado visitante amante de la historia.

En el bajo l’Empordá, sin salir de la provincia de Girona, otro de los pueblos más mágicos de Cataluña es Pals. Localidad de contrastes, que, en verano es visitada por su proximidad al litoral, en otoño toma mayor protagonismo su centro urbano, patrimonio histórico y artístico. Cómo no, el núcleo antiguo se mantiene fiel a sus orígenes, una villa medieval abrazada por una muralla.

En sus callejuelas conviven inalteradas por el tiempo y en perfecta armonía bóvedas, arcos de herradura o portaladas de estilo románico, gótico y barroco. La Plaça Major, las torres visigóticas, la iglesia, el castillo, la torre de las horas o la propia muralla se cruzarán en el camino del viajero hasta llegar al Mirador Josep Pla, donde se puede contemplar un atardecer de película de la llanura ampurdanesa. Como dijo el escritor y periodista catalán que da nombre a este balcón medieval, «Pals no merece una visita, sino cien».

Por último, el pueblo más internacional de Cataluña: Cadaqués. No por conocido debe quedar eliminado de esta lista. La singularidad y autenticidad de este pueblo marinero de pequeñas y bajas casas le valen el calificativo de «la perla» de la Costa Brava. Se encuentra en la parte oriental de la península del Cabo de Creus.

Desde la década de los 60, con la llegada del turismo masivo e internacional, la localidad de apenas 2.500 habitantes ha sufrido una progresiva sobreexposición en los meses de verano. En otras épocas del año, la afluencia de turistas baja y es un periodo perfecto para conocer su gastronomía, historia y cultura con más tranquilidad. Y quién sabe si, como el pintor Salvador Dalí, quedarse a vivir allí definitivamente.

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